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4 Oct 2020

Todo es historia: más que de voley, sabía de solidaridad

Conocer por qué un estadio lleva el nombre de alguien genera curiosidad. En el complejo que Monteros Voley tiene en la ruta provincial 325 está el “Irma ‘Tita’ de Árquez”. Dentro del alto tinglado está la cancha en la que empezó a gestarse la idea de llegar hasta la Liga Nacional de Voleibol. “Tita” fue la mamá de Carlos, Cecilia, “Manolo” y Luis, todos, de distintas maneras, vinculados al voley y también fundadores del club que el viernes cumplió 36 años.

Lo de “Tita” con el voley genera una mueca de sonrisa. “Nooo, je”, soltó riéndose Luis, el menor de los cuatro hermanos. “No la veo ni haciendo deportes en su juventud”, agregó. Si bien sus hijos siempre estuvieron muy apegados al deporte de la red alta, es probable que “Tita”, que nunca lo jugó, hubiera llegado a él porque lo que realmente le apasionaba era ayudar. Más todavía si algún monterizo estaba de por medio.

La mujer que vivió 81 años, falleció en 2012. Desde que llegó a Monteros proveniente de Yonopongo, a poco más de seis kilómetros, siempre estuvo al servicio de los demás. Incluso sus primeros trabajos, luego de haber estudiado, fueron en casas de familias. En uno de esos hogares, un día abrió la puerta y apareció Carlos Alberto Árquez. En esa época, además de jugar al fútbol en Ñuñorco, era cobrador. Un 12 de febrero de 1950 “Tita”, a su Irma Rosa Concha, le sumó el “De Árquez”.

“Lo que menos hacía era ver los partidos”, relató Carlos, el mayor de los hijos. El ex intendente de Monteros tiene el recuerdo preciso de que ella andaba por todas partes, menos en la tribuna. Era más una organizadora detallista, que una espectadora interesada. “Por ahí echaba una miradita”, explicó. La boletería, el quiosco, revisar los elementos de la cancha, entre otros rincones, eran los lugares donde se sentía más cómoda.

Y no sólo en una boletería deportiva se sentía a gusto. “Otra gran pasión era el festival de folklore. Monteros tiene la posibilidad de juntar fondos para sus actividades. Ella era de las primeras en llegar y de las últimas en retirarse. Incansable”, recordó su nieto Germán Novotny. El hijo de Cecilia se acuerda que veía sólo los últimos momentos de los partidos porque no le gustaba sufrir.

“Mi abuela fue querida por su espíritu colaborador. Las puertas de su casa siempre, literalmente, estaban abiertas”, remarcó Novotny.

Árbitros, jugadores, dirigentes, todos podían tener un plato de comida o un lugar para dormir. Si había que hacer tiempo hasta el inicio de un partido o si las actividades se habían extendido tanto que los ómnibus ya no circulaban y el regreso a la capital era imposible, “Tita” les daba contención.

Hasta los turistas podían contar con ella. La empresa de turismo que la familia tiene funciona en la calle Leandro Aráoz al 100. Hasta que Monteros tuvo su terminal, “Árquez viajes” era el punto en el que los micros de larga distancia hacían su llegada. “La bicicleta de un alemán que la había mandado por encomienda para empezar una travesía por los valles, no llegaba y era un 24 de diciembre. A la Navidad la pasó con nosotros”, rememoró Carlos. “No sé cómo, pero cuando mi mamá falleció, se enteró y nos mandó una carta”, añadió.

El profesor de Educación Física reveló otro aporte que su madre hacía de vez en cuando a la comunidad monteriza. “Los pediatras de la clínica Del Rosario, que está cerca de casa, le mandaban los chicos para que le viera el empacho con la técnica del pañuelo”, explicó sobre la ayudita extra que tenían los profesionales. También cautivó los paladares monterizos con sus comidas árabes y brindó más de un consejo en su boutique.

Pero fue en el voley donde más conmovió y se conmovió. Por eso, no es extraño que en el ámbito deportivo haya tenido su reconocimiento. El homenaje propuesto en 2017 por Lucas Frontini, uno de los jugadores emblema de Monteros Voley, y Regino Amado, presidente honorario del club, fue muy atinado. La cancha es un testimonio de “Tita”, apodo que nadie sabe cómo se originó.

Carlos anda detrás de un anhelo que su mamá tenía: el de dotar a la ciudad de un estadio cerrado que sea el de cabecera para la provincia. Quizás la dama proyectaba que en un espacio como un estadio sus familiares no le iban a “desacomodar” sus cosas. “El primer recuerdo que me viene a mi cabeza de ella es renegando porque sus hijos y nietos jugábamos al ‘clásico voley de los domingos’ en la galería, con un perchero de su antigua tienda que era nuestra red. En el fondo le encantaba”, rememoró Novotny.

Su familia destaca que hubo muchas amigas que trabajaban a su lado para ayudar. Ella era una líder, no una jefa. De esas personas que sí, le gustaba mandar y ordenar, pero todas las acciones estaban al servicio de un tercero y consensuadas. “Mujeres, personas así, son una raza en extinción. Siempre sabías que estaba y te solucionaba el problema”, definió Luis, el menor, a “Tita”.

Fuente: La Gaceta

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