Emmanuel Guerra, el monterizo que es diplomatico de carrera, se destaca en la ONU
El diplomático es consejero en la Misión Permanente ante Naciones Unidas. Especialista en seguridad internacional, explica cómo es representar al país en negociaciones clave del sistema multilateral
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A los 44 años, sentado detrás del cartel con el nombre de su país en la Asamblea General de Naciones Unidas, Emmanuel Guerra sostiene una convicción que resume buena parte de su trayectoria: “Argentina es un país que construye puentes”.
Tucumano, abogado egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) -con menciones por sus calificaciones a los 22 años- e ingresado por concurso al Servicio Exterior de la Nación a los 25 años, hoy es Consejero de Embajada y Cónsul General en la Misión Permanente ante la Organización de las Nacionales Unidas (ONU), con especialización en Desarme, No Proliferación y Seguridad Internacional.
Desde Nueva York participa en negociaciones que van desde armas nucleares hasta ciberseguridad, tras más de 10 años de experiencia en foros multilaterales. “La diplomacia se trata de construir canales de diálogo entre diferentes países para avanzar en temas de interés común”, le explica a LA GACETA.
En su caso, esos temas son algunos de los más sensibles del sistema internacional: armas nucleares, armamento convencional, inspecciones en territorio y controles. “Yo represento a la Argentina como Estado. Tengo el cartel del país sentado en las Naciones Unidas, buscando diferentes tipos de acuerdos”, cuenta.
Hace unas semanas terminó la Primera Comisión, el espacio donde se discute la seguridad internacional. “Negociamos un paquete de 63 resoluciones. Es una contribución para tener un mundo más seguro”, resume. Sabe que el ritmo no siempre acompaña: “Son procesos lentos y complejos. Se necesita mucha voluntad política de los grandes actores globales”, aclara.
El trabajo, dice, nunca es individual: “Detrás estamos nosotros, pero también la Cancillería que manda las instrucciones, y a veces agencias del Estado que participan según el tema”.
Un mundo en tensión
Guerra observa el panorama internacional con cautela. “El mundo está muy complejo”, afirma. Enumera la guerra en Ucrania, el conflicto en Medio Oriente y un sistema internacional polarizado en el que, puntualiza, “es muy difícil que los actores centrales puedan sentarse a discutir”. Por eso, explica, la mediación cobra un valor decisivo: “Por nuestra preparación y por nuestro diálogo con todos, siempre buscan a diplomáticos argentinos para lograr consensos”.
Observa con cautela, pero con cierto optimismo el rol de Estados Unidos. “Veo que el presidente Donald Trump se involucró muy activamente y ofreció buenos oficios en diferentes conflictos”, dice. En ese escenario, asegura que la ONU tiene espacio para reordenarse “cuando hay voluntad política, tiene que acompañar esos esfuerzos para cerrar los acuerdos de paz”.
En lo que refiere a la relación bilateral, su lectura es contundente: “Nadie puede negar el apoyo prácticamente incondicional que tiene Estados Unidos con Argentina. Es un amplio acuerdo comercial y un anuncio muy fuerte de Trump diciendo que apoyará al país en las condiciones que sea”. Aun así, advierte que “son temas complejos; algo puede funcionar bien, pero capaz luego todo escala”.
La ruta desde Tucumán
Su historia empieza lejos de Manhattan. “Nací en San Miguel de Tucumán y viví mi infancia en Monteros”, recuerda. A los 17, caminando por la calle 25, un amigo le dio el cuadernillo del Servicio Exterior. “Ahí mi sueño empezó a tomar forma. Averigüé sobre la carrera, contacte a un embajador y conocí a un diplomático de carne y hueso: Adolfo Saracho, quien fue mi mentor. Me incentivó mucho en estos temas porque fundó la Dirección de Desarme en el 83”, destaca.En su relato aparece una idea que repite con orgullo: la credibilidad argentina. “Somos un actor muy importante en estos temas. Argentina tiene un programa nuclear de más de 70 años y eso nos dio un gran prestigio”, lo que se traduce en algo clave: “somos invitados a la mesa chica donde se discuten estas cuestiones”. Ese espacio lo integran las potencias con armas nucleares -Estados Unidos, China, Rusia, Francia y Reino Unido- y aquellas naciones con programas pacíficos de alto nivel técnico. “Los países que eligen no acudir al arma nuclear, sino usarlo para investigación o para exportar reactores, como Argentina, tienen legitimidad para hablar”, precisa.
Ejemplo
Uno de los ejemplos más visibles fue la elección, en 2019, del argentino Rafael Grossi como director general del Organismo Intencional de Energía Atómica (OIEA). “Pude trabajar en su campaña. Fue el primer latinoamericano y argentino en la historia en ocupar ese cargo”, recuerda y menciona una negociación reciente: “El año pasado, en desarme, EEUU nos invitó a co-liderar una resolución. La terminamos presentando junto a ellos y Japón. Es una muestra concreta del rol que tenemos”.
Las cifras marcan el contraste. “Nosotros debemos ser unas 10 personas -cuenta-, mientras que la misión de Brasil o México tienen alrededor de 50 funcionarios”. Aun así, afirma, la voluntad pesa. “Mucho trabajo es a pulmón, pero estoy muy orgulloso de representar a mi país”, subraya.
A los 22 años se recibió de abogado; a los 24 rindió los exámenes; a los 25 ingresó al Instituto del Servicio Exterior, después de rendir una serie de exámenes y un coloquio ante 12 embajadores. “El Estado abre el concurso y entran los 25 mejores promedios”, menciona. Su trayectoria se completó con destinos en Asunción, La Paz y Buenos Aires, donde se especializó en seguridad internacional y comenzó su doctorado en Derecho internacional. Hace cuatro años llegó a Nueva York, donde ocupa uno de los puestos más codiciados de la diplomacia argentina.
El día a día
Hoy vive en el condado de Westchester. Viaja 45 minutos en tren cada mañana hasta la oficina y combina la intensidad del trabajo con la vida familiar. “A veces me tocó quedarme hasta las dos de la mañana cerrando un acuerdo. Ningún país quiere ceder”, reconoce. Su esposa, Vanesa, es contadora; paraguaya de origen, se nacionalizó argentina. Tienen tres hijos: Tomás (12 años), Benjamín (10) y Valentina (6). “Los dos más grandes nacieron en Paraguay; la más chica en Buenos Aires. Pero siendo diplomático de carrera, no importa donde nazcan, son argentinos nativos -expresa-. Pude formar una hermosa familia. Ellos son mi sostén”.
Cada viaje a Tucumán es una recarga. “Extraño mucho a mi familia, mis amigos. Pero cuando llego parece que nunca me fui. A los pocos minutos ya estoy ‘tucumanizado’”. Hincha de Atlético, sigue los partidos desde Nueva York. Y reconoce una tradición que lo precede porque “Tucumán siempre aportó mucho al Servicio Exterior”, y menciona a uno de los referentes del área: “Grandes diplomáticos como Pedro Villagra Delgado, que trabajó muchísimo en temas de desarme y estuvo en Naciones Unidas”. Hoy, asegura, esa tradición continúa: “Hay mucha gente joven con ganas. La provincia siempre es un nicho que contribuye”.
A los jóvenes que sueñan con seguir ese camino les deja un consejo: “Disciplina, dedicación y esfuerzo. Mantenerse enfocado. A mí me sirvió eso: perseguir un sueño aún sin conocer a nadie”. Su meta a largo plazo es clara. “Quiero ser embajador de mi país. Falta un tiempo, pueden pasar muchas cosas, pero ese es mi sueño”, concluye.






