Psicólogo monterizo se refirió al conflicto entorno a las fiestas electrónicas
¿Son las fiestas electrónicas un lugar donde la juventud consume drogas? Sí, al igual que en un boliche, un festival, una cancha de fútbol, etc. Los consumos de drogas legales e ilegales existen por dentro y por fuera de cualquier marco social, legal y normativo.
¿Son las drogas el problema? No en sí mismas. La noción monolítica y demonizante de la droga ha sido la errada estrategia con las que gobiernos y campañas de salud han fracasado en la prevención de los consumos. “La droga mata”, profiere un viejo refrán preventivo, donde se le da a la sustancia un poder mágico, de omnipotencia y estatus de ente autónomo capaz de dañar a la persona, donde esta última, desde una postura de pasividad, sufre “los estragos” que la “mala droga” hace en su cuerpo: falaz manera de anular a un sujeto y la responsabilidad para con sus actos.
Sin embargo, lo que nos interesa analizar con respecto a las fiestas electrónicas es que se trata de un nuevo fenómeno social, que como tal, resulta imposible analizarlo por fuera del contexto social, político, cultural y económico. Un espectáculo musical que no de manera exclusiva, pero sí de una forma un poco explícita (el ritmo y la secuencia de la música, el tipo de sonidos, la duración de los “temas”, la ambientación de los escenarios, etc.) aparece asociada al consumo de nuevas drogas “de diseño”: drogas sintéticas, de acción psicoactiva, estimulante, alucinógena.
No cabe duda de que la música a lo largo del tiempo ha ido evolucionando entre combinaciones y nuevos ritmos y estilos; tampoco es innegable que las prácticas sociales y culturales que antes convocaban a la juventud han ido modificándose y transformándose; pero, ¿acaso es esta la mascarada con la que se presentan estas experiencias, ocultando en el fondo su verdadero propósito? ¿Podríamos hablar que se trata de una música de “diseño”, o de un espectáculo diseñado para la consecución de ciertos fines y propósitos que intentamos develar?
Resulta interesante poder analizar la comunión; la común-unión que existe entre estas dos prácticas: el espectáculo musical, y el consumo de ciertas sustancias. Se trata de un fenómeno social, que, a diferencia de otros, ofrece la ilusión de una experiencia de desborde “controlado, seguro”; una simbiosis entre el sujeto y los objetos de consumo que “garantiza” un modo de goce que supera cualquier experiencia de placer ordinaria.
Si bien estas fiestas se dan dentro de un marco legal y normativo, de convocatoria a la juventud, es decir, son prácticas que se enmarcan dentro de cierta forma como se presenta el lazo social actual, sin embargo, podríamos preguntarnos: ¿si se trata de una de las formas como las prácticas de consumo actual, en el marco de un mundo globalizado, cuya política económica capitalista cada vez más, de forma no tan implícita, insta al consumo imperativo de objetos?
En estas fiestas, la experiencia que prima es la del lazo entre el sujeto y el objeto de consumo, que bien puede ser la música y/o ciertas drogas de diseño, todo esto desde el más imperioso aislamiento. El lazo social, casualmente se ve decididamente obstaculizado, ya que, la música gesta a “vivir tu propia experiencia”; los sonidos son monótonos, sin melodía, de duración extendida y sin vocalizaciones, potenciados a la vez los volúmenes de los mimos; no se trata de un baile, una danza o coreográfica o encuentro entre dos pares a través de la música. Todo esto habilitado por la práctica de consumo de drogas estimulantes, psicoactivas y alucinógenas, que ayudan “a conectar con la música”. ¿No resulta esto la consecución de uno de los mayores imperativos del capitalismo, la tendencia al aislamiento, “la búsqueda de la felicidad propia”, “ser uno mismo”?
Por Alejandro Matesich - Psicólogo