“Cuqui” Molina, el caricaturista que transformó su vida en arte y deja huella en Monteros

Antonio “Cuqui” Molina es mucho más que un caricaturista. Su vida entera se convirtió en un taller abierto, donde el arte es sinónimo de memoria y de identidad. Desde las caricaturas que marcaron su infancia hasta la pintura de la cúpula de la parroquia Nuestra Señora del Milagro de Monteros, el artista se consolidó como una referencia cultural de la ciudad y de la provincia.
Durante la final de “Enseñame Tucumán”, el certamen de preguntas y respuestas que organiza LA GACETA, “Cuqui” volvió a ser noticia al enviar como obsequio a la escuela Normal unas caricaturas de los conductores Carolina Servetto y Matías Auad. Un gesto simple pero cargado de simbolismo: el arte como puente entre la educación, la cultura y la tradición monteriza.
Más de 50 años de pasión por el dibujo
Molina recuerda que sus primeros trazos nacieron en la primaria, inspirado por los dibujos de Héctor “Kelo” Palacios en LA GACETA. Desde entonces, nunca soltó el lápiz. “Me gusta retratar la Monteros antigua, esa que ya no existe con el cielo limpio, sin cables, con casas bajas. Intento dejar plasmada esa identidad cultural”, asegura.
Su producción va más allá de las caricaturas: paisajes, retratos de músicos, escenas cotidianas y murales forman parte de su legado. Entre sus obras más destacadas figura la intervención de la cúpula de la parroquia monteriza, donde junto a otros artistas plasmó la historia local en tonos azules que hoy son parte del patrimonio visual del pueblo.
Maestro y sembrador de talentos
Además de artista, Molina es maestro. Desde hace dos décadas dicta talleres de historieta y dibujo a través de la Unión de Historietistas y Humoristas Gráficos de Tucumán. De su taller surgieron jóvenes talentos como Adrián Sosa, hoy reconocido a nivel nacional. “Siempre quiero transmitir mi experiencia y volcarla en los chicos. Todo esto confirma que vale la pena sembrar”, dice.
Su filosofía de vida se resume en una frase: “El arte de la vida es hacer de la vida una obra de arte”. Y en Monteros, cada mural, cada caricatura y cada pincelada suya parecen dar testimonio de que lo está logrando.
Arte, fe e identidad monteriza
Para “Cuqui”, pintar la cúpula de la iglesia fue también un acto de fe. “Es imposible trabajar en ese espacio sin sentir la historia que hay adentro. Cada pincelada fue un homenaje a las generaciones de monterizos que mantienen viva esta tradición”, reflexiona.
Así, entre pinceles, caricaturas y memorias, Molina reafirma que su arte no es solo un oficio, sino una forma de vida. Una obra que sigue creciendo y que, como la Virgen del Rosario y las historias de Monteros, se transmite de generación en generación.