María Luisa, 50 años de participación en la Feria de Monteros: una vida de tradición, dulzura y coraje
Si hablamos de reinventarse, de economía regional, de familia, de historia y tradiciones, hablamos entonces de doña María Luisa.

Con 81 años y medio siglo de participación en la Feria de Artesanías y Productos Regionales del NOA, María Luisa Arnedo es mucho más que una expositora: es una mujer que supo reinventarse sin perder sus raíces. Desde los tejidos ancestrales hasta los dulces, su historia es un homenaje a la resiliencia y al amor por lo propio.
María Luisa nació en Santa María y hace cinco décadas que tiene prácticamente asistencia perfecta en la Feria de Artesanías y Productos Regionales del NOA en Monteros, donde encontró no solo un espacio más dónde ofrecer sus productos, sino también una comunidad que la abraza cada invierno en la feria. “La feria tiene 56 años, y yo tengo como 50 viniendo”, dice con orgullo. Su recorrido comenzó con el tejido, hilando lana de llama para confeccionar sacos, chalecos y abrigos, pero con el tiempo —y tras perder la vista en uno de sus ojos— debió cambiar de rubro. “Ya no puedo hilar, pero sigo haciendo un poquito de cada cosa para la vida”, cuenta.

Los vaivenes de la economía nacional y regional, marcaron a María Luisa y a su familia. Pero en su sangre corre fortaleza y con ella supo guiar a sus seres queridos y ayudarlos a qué salgan adelante. Así es como con su marido, dos hijas y dos hijos supieron avanzar. Hoy, su puesto se ha transformado en un rincón de dulzura y cuenta con el acompañamiento de toda su prole.
Con orgullo expresa: "Uno de mis hijos siguió el aprendizaje del tejido en telar, como yo lo aprendí de mi abuela. El otro varón es sacerdote. Otra de mis hijas, que estudió en la universidad y se recibió de Licenciada en Comunicación, está también hoy aquí, con mí nieta. Ella tiene otras ideas con los dulces y está creando cosas ricas y lindas pensadas para niños, como las nueces confitadas en forma de cabecitas de conejos".
María Luisa señala unos dulces que con solo mirarlos a cualquiera se le hace agua la boca y dice “No son confitados, son rellenos, y ahora mí hija los está haciendo con licor también. Ella está en otro puesto, porque aquí no calzamos, pero en ésta feria siempre tienen lugar para nosotros”, aclara con ternura.
Cuando algo es único se aprecia

Su pan dulce es único: “Aquí no lo hace nadie, ni en Santa María. Lleva un arrope de uva y azúcar, ideal para el mate de las tardes”, explica. También elabora mermelada de higo, dulce de leche casero, y aguardientes de uva, todo con ingredientes que produce la tierra en su hogar en Catamarca. “Siempre voy cambiando algo. Antes hacíamos los alfajores más grande, pero ustedes saben cómo son los chiquitos, comen un pedacito y lo dejan. Así que pensando en eso, hacemos porciones más chiquitas” dice con una sonrisa cómplice.
La Feria en la memoria de doña María Luisa
La artesana vio pasar la Feria por distintos espacios: “Se hizo en la escuela, en el mercado viejo, en la terminal, en el Centro Árabe… ahora con las carpitas se siente más cómodo”. Y aunque siempre gestionó su participación de forma particular, reconoce que en Monteros encontró más apoyo que en otros lugares: “Aquí no nos hacen a un lado, nos conceden los espacios. La gente es muy buena”.

Mientras que junto a su marido, nos muestra el álbum de fotos de todos los lugares del país en dónde estuvo, la gente se acerca, la reconoce, se alegran de verla de nuevo "¡un año más!". Su historia es la de una mujer que transformó la adversidad en creatividad, que supo adaptarse sin perder su esencia, y que construyó un legado familiar que sigue creciendo. En cada feria, su puesto es más que un lugar de venta: es un espacio de memoria, sabor y afecto.