Cuando desde la montaña se llama, Monteros responde
Así como nadie se pierde porque quiere. Nadie que puede ayudar o intenta ayudar se queda inmóvil. Se acude y se da una mano en lo que se pueda porque sí. Porque corresponde, porque se puede hacer. Como si fuera un deber, porque en parte lo es.
                                 Monteros: Cuna de poetas y cantores, dice uno de los tantos “slogans festivaleros”. Y es cierto, solo que ya pasando el primer cuarto del siglo 21, suceden y se hacen más cosas en estas tierras, generando que el “speech” ya no nos represente del todo bien. Se queda corto. ¿Somos mucho más que eso? Que no queden dudas.
Para confirmarlo solo hace falta una googleadita, interiorizarse un poco en otras realidades y abandonar esa constante negatividad, exigencia e inconformismo que abunda en los comentarios y mesas de café al sol.
Centenares de monterizos y monterizas se distinguen en sus actividades relacionadas a los deportes, las culturas, las educaciones, las historias, la salubridad, las ciencias y otros tantos tópicos que ahora se escapan de la mente. Cada día, entre sus actividades y tareas para lograr sus objetivos, dan lo mejor de sí con pura pasión, profesionalidad y dedicación. Sin duda las comunidades monterizas tienen mucho por lo cual sentir orgullo.
Comunidades, esa palabra que hace tiempo resuena mucho. Todas las sociedades las tienen. Todas las ciudades se conforman a través de ellas. Y en los últimos días, acá en Monteros, una de ellas se vio sacudida y llamada a la acción. Mostrando que valores como la solidaridad, la empatía, el compañerismo y la camaradería sobresalen entre estas calles, entre estos ríos.
Sorprende (a algunas personas) que en tiempos donde prima lo individual, los egoísmos e intereses personales, donde parecemos estar en burbujas desconectadas y nadie mueve un dedo si no le deja un beneficio, sorprende que decenas de personas se sientan convocadas, dejando a un lado sus cosas y actividades acudiendo desinteresadamente a dar una mano, ayudar e intentar cortar el mal momento que alguien puede estar pasando.
Sorprende mucho más en grandes ciudades y urbanizaciones, donde hasta el caminar en espacios públicos puede requerir cierto recelo. Pero acá en Monteros es distinto. Y no porque sea una ciudad con menos gente, con menos metros cuadrados habitados. Es distinto porque en idiosincrasia y mentalidad es distinta. Cuando se puede y se quiere dar una mano, se la da. Sin tantas vueltas, sin tanta historia.

Acudiré a una frase que a estas alturas ya ha sido dicha millones de veces. Una frase que pertenece a las sociedades y no a los individuos que las dicen en sus discursos: nadie se salva solo. No encuentro otra que resuma mejor los acontecimientos de los últimos horas. Porque además, las comunidades monterizas suelen estar para sus integrantes cuando uno de éstos lo requiere.
Es que de un momento a otro Alvarito dejó de estar con quienes cada día a las 14h sale a entrenar. Que lo perdieron de vista, que se quedó atrás, que tenía otra ruta, otra planilla, que se acopló a otro grupo, que se volvió, que pinchó. Esas y otras docenas ideas pasaron por la cabeza del grupo de bikers que el pasado jueves salió a rodar en la zona de Las Lomitas hasta El Caracol, acá en Monteros.
Lo que fehacientemente le haya sucedido y generó que se pierda no importa ni importará. Él se encuentra bien, descansando y rodeado de cuidados, cariño, buenos deseos y con un montón de enseñanzas que da la vida cuando se pone áspera.
Fue toda una situación envuelta de incertidumbre e interrogantes. La única certeza que había es que se debía acudir a buscarle. No importaba que esté anocheciendo cuando saltó la ficha de que no había vuelto a casa y que en medio de la espesa montaña logró, como pudo en su estado, llamar a amistades para decirles que no sabía dónde se encontraba.
Su extravío en lo que consideramos el “patio” de juego y entreno de la comunidad biker monteriza detrás de Soldado Maldonado llevaba a una conclusión: algo le pasó y hay que ayudarle. No importaba que la búsqueda fuera al pie del cerro en medio de la yunga tucumana y que el termómetro ahí no superara los 5°C.
Docenas de ciclistas, enduristas y amistades, junto a conocedores de la zona habitantes del pueblo, miembros de fuerzas y cuerpos estatales se adentraron, entre fincas senderos y cauces de ríos para comenzar una búsqueda que prácticamente no se vio interrumpida hasta cerca del mediodía cuando se confirmó que lo encontraron entero, consciente, aunque un poco raspado, pero a salvo. Tan solo no sabía, en la inmensidad de la montaña, que se encontraba en lo que se conoce como la zona de “El derrumbe” a casi 1000 metros sobre el nivel del mar y a unos de 15km del pueblito más cercano.
Ya cuando anochecía, desorientado y tratando de salir, terminó adentrándose más y más. Ahí fue el momento de quedarse quieto, guardar las energías que quedaban, resguardarse como fuera posible, intentar comunicarse y confiar. Confiar en una comunidad, confiar en la empatía y en el raciocinio de “a mí me podría pasar algo así”. Confiar en que algunas personas querrían hacer todo lo posible para acortar la agonía de estar en una situación como esta. Confiar en que llegaría la ayuda.

Así como nadie se pierde porque quiere. Nadie que puede ayudar o intenta ayudar se queda inmovil. Se acude y se da una mano en lo que se pueda porque sí. Porque corresponde, porque se puede hacer. Como si fuera un deber, porque en parte lo es.
Porque si hay algo que queda claro es que en Monteros nadie está solo. Que cuando alguien se pierde, se activa algo más grande que el miedo y es algo colectivo y que sostiene en los momentos difíciles. En un mundo donde cada vez parece más difícil encontrarse, qué fortuna inmensa es poder decir que acá, en Monteros, siempre hay alguien que sale a buscarte.
Monteros, cuna de comunidad, de acción y de gente que no duda en estar cuando se la necesita. Que este episodio nos recuerde que seguimos siendo eso: personas que se cuidan entre sí. Y mientras eso siga siendo así, acá no se pierde nadie. Sin dudas nuestro Macgyver nos ha dejado valores, enseñanzas y un legado que permanecerá mientras estemos para quienes nos necesiten a su rescate.
Creo que a Alvarito le sobran razones para dentro de un mes festejar el Día de la Amistad. ¡Salud por él!
Por Leandro Aparicio - Uno más de los cientos de Monteros que también anda en bici.






