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10 Jun 2022 🔥 tendencia

El poder del estado a dejar una obra inconclusa y a un artista monterizo sin musa

La plaza Bernabé Araoz como espacio en pugna, una obra como expresividad simbólica y cultural, un ciudadano en rol de artista y el Estado, una vez más, detentando el poder de gestión de lo simbólico, del dominio del espacio público y con la voz autorizada para hacerlo. Y la pregunta de tinte bourdiano es ¿hasta dónde?

¿Quién no se detuvo por un momento a admirar y capturar con su celular una postal que regaló el paisaje de la plaza Bernabé Araoz? ¿Quién no hizo uso pleno, en un banco de esa misma plaza para declarar su amor? ¿Quién no sintió ahí, entre la brisa de los árboles, el corazón partido por alguna situación personal? ¿Alguna vez se lo prohibieron?

Según reflexionó el sociólogo Pierre Bourdieu, el Estado a través de sus agentes y agencias, dispone del lenguaje autorizado (por compulsión, escrito) para el establecimiento de las categorías del espacio y el tiempo. Así mismo, promueve la percepción y el uso dominante de las artes (espacios, obras y artistas). Considerando ésto, los agentes del estado, en el caso de Monteros, la Municipalidad puede prohibir el uso de un espacio público como la plaza principal ¿En qué circunstancias? Los monterizos vivieron en el momento más estricto de la pandemia, la limitación en el uso de los juegos de la plaza, una estrategia para desalentar, por la crisis sanitaria, el encuentro social habitual. Era necesario y urgente.

¿Qué pasa hoy? Luego de ese momento histórico trascendental para la vida de los monterizos, la nueva normalidad se afianza, entonces el paseo principal vuelve a ser el punto de socialización para todos los sectores; para el encuentro grupal o para el disfrute personal, o eso creía uno de los ciudadanos de Monteros, hasta que el poder coercitivo del Estado en la voz de sus representantes le dijeron que no.

Aproximadamente hace un mes atrás, Enrique Cuqui Molina, artista del barrio Villa Nueva se trasladó, como miles de veces lo hizo, hasta el paseo central de la ciudad. En esa oportunidad se movilizó con algunos elementos (como miles de veces lo hizo): atril, un lienzo ya armado, su porta pinturas, pinceles y sobre todo una idea clara en su cabeza (como siempre lo hizo). El artista (como millones de artistas a lo largo de la historia) eligió lo cotidiano, lo que lo rodea, lo que lo indentifica para crear una nueva obra. Sin embargo, no sería una sola; es que Cuqui fue hasta la plaza, se acomodó en un determinado punto del paseo para iniciar la primera obra de cuatro, ya con la primera se identifica que tiene un tinte infantil, puesto que su nuevo proyecto se dirigiría a los monterizos más pequeños, para aproximarles de una forma didáctica los rincones queridos de ese lugar. Para ello necesitaría pintar más de un lienzo. Con el paso de las estaciones avanzaría en los otros.

El creador no se toma las cosas a la ligera, para poder construir su trabajo no solo requería ir a la plaza en cada estación y sentarse con sus elementos para captar las maravillas del espacio verde, sino realizar todo un trabajo de investigación previo, porque la intención es que cada obra contenga el equilibrio justo entre la subjetividad y la realidad indiscutible de los componentes tangibles de la plaza: bancos con sus formas caracterísitcas, farolas que iluminan hace décadas modificadas en su sistema, y los árboles: naranjos, lapachos, tusca, jacarandá, nogales, liquidámbar que va marcando el paso de cada estación y las típicas hortensias que rodean la plaza.

Pero Cuqui va y viene desde hace semanas con el primer lienzo bajo el brazo, su obra quedó inconclusa, porque el placero hace un mes atrás le dijo que debía retirarse ¿por qué? "órdenes de arriba". Entoncés el artista se fue a preguntarles a los de arriba, entre las respuestas que recibió y entre las menos insólitas de los funcionarios del gobierno municipal rememora "me dijeron que si me daban lugar a mi, entonces tendrían que darle lugar al que vende papas fritas, al que vende aritos y que no quieren a nadie en la plaza", "también me dijeron que para eso ( "eso" los funcionarios se refieren a hacer arte) está el Parque - 28 de Agosto- pero yo no quiero pintar el parque, quiero pintar la plaza". Entonces la lucidez que puede aflorar en alguna mente no creativa le recomendó "sacar una foto del lugar y que me vaya a pintar a mi casa".

El Estado, representado en la institución municipal en la ciudad de Monteros cumple el rol, entre muchas otras cuestiones, de administrador y regulador de los espacios físicos públicos y simbólicos de la comunidad monteriza. El disenso forma parte de la tensión constante entre ese Estado, constituido en institución y por ende formado por ciudadanos que temporalmente (a no olvidarlo) se encargan de la gestión y control de la población, y los grupos sociales que conforman a la población.

Monteros, en tanto territorio para la producción y la práctica social, cuenta con uno de los espacios más hermoso a ojos de sus habitantes que es: la plaza Bernabé Araoz. Generaciones de monterizos eligen hace más de dos siglos sus bancos que cambian de forma y color, las diagonales que fueron recorridas en brazos de algún abuelo, para luego caminarlas o correrlas; árboles y flores que recuerdan en qué mes se vive. Pero sobre todo, y cumpliendo su función principal: espacio de encuentro y de manifestación sociocultural. En definitiva, espacio público, que le pertenece a todos, pero cuidado y gestionado por la máxima autoridad local, que es la Municipalidad, la cual debe bregar para que esten todos y no "nadie".

La plaza es musa inspiradora de artistas de la palabra, la guitarra, el pincel, las letras y la imagen. Es, en este proyecto de Cuqui, SU musa inspiradora, a la cual debe visitar en las primeras horas del día dominical, cual amante fugitivo cuando ningún ojo coercitivo lo ve, "aunque hace frío ya para estas fechas, pero es que en verdad quiero avanzar con el proyecto. Aunque me encantaría y sigo sin entender el motivo por el cual no puedo sentarme en la plaza, un día a la siesta mientras los chicos juegan, a pintar eso". Los monterizos saben de qué habla el pintor: las siestas de otoño; la fuente en el centro para embellecer el paisaje - diseño urbanístico de influencia renacentista europea- y con las miles de conjeturas creadas a su alrededor; el mástil como punto de encuentro para visibilizar conflictos sociales, celebraciones de etapas de la vida y rememorar fechas históricas. Y es que todo eso forma parte del rico proyecto inconcluso de Molina.

Los silencios comunican y una obra no terminada también, su sentido metafórico grita tanto como su mensaje denotado, y es que en esa obra Cuqui estaba plasmando algo que quizás pronto cambie en el marco del mega proyecto del comercio a cielo abierto. No hay intención en traer a colación dicha obra urbanística desde un sentido posmodernista del concepto de "progreso", sino para destacar cuanto más valioso es el trabajo de un artista monterizo que busca rescatar en un lienzo un momento sociocultural que haría (en un futuro) a la historia reciente de la ciudad.

Los argumentos se derriban en pinceladas

Es urgente parar un momento y volver atrás. Los dichos que fueron dichos al artista no pueden lanzarse al viento y no ser reflexionados, porque entonces se cometería una negligencia ciudadana. Si bien, los funcionarios públicos monterizos expresaron sus razones por los cuales el artista no podía crear en la plaza, recurriendo a la comparación con vendedores ambulantes, Molina queda inmediantamente fuera de esa categoría, puesto que no estaba ahí comercializando cuadros.

Por otra, parte, Cuqui indica a MONTERIZOS "Ahí en la plaza están los chicos bailando, en otra sector rapeando y yo pintando", lo que se grafica con estas palabras es la apropiación que hacen los grupos sociales del espacio público, con la intención de dar cuenta del capital cultural y de los recursos culturales y simbólicos que se manejan y conviven en el lugar, que dan como resultado: la conformación de la idiosincrasia de ésta comunidad.

En otro momento estarán los poetas, pronto también los artesanos, promocionados y fomentados por la Municipalidad. Pero entonces ¿sí estará bien vender en la plaza como tantos años lo hicieron? ¡Claro! dirá la población, porque se trata del incentivo cultural y económico de y para la comunidad.

Entonces de dónde vino ese discurso del espacio despolitizado, en el sentido barthesiano del término. ¿Por qué pensar que "nadie" en la plaza es mejor que todos? ¿Implica armonía, orden, organización? Tanto que, como argentinos, más de uno gusta alabar al norte y a los que viven del otro lado del charco, ¿no saben que en las plazas de Italia y Francia los artistas pasan horas produciendo y mostrando sus obras?

Pensar en un espacio público como la plaza sin el trajín de las manifestaciones socioculturales que identifican a sus habitantes, es pretender despolitizar un lugar que en su esencia es explosión de expresión política: de visibilización, de conflicto, de tensión y de emociones por excelencia. El poder simbólico que detenta el Estado municipal se define "entre los que ejercen el poder y los que lo sufren, es decir, en la estructura misma del campo donde se produce y se reproduce la creencia. Lo que hace el poder de las palabras y de las palabras de orden, poder de mantener el orden o de subvertirlo, es la creencia en la legitimidad de las palabras y de quién las pronuncia", sin embargo el juego democrático dentro del cual se edifica el poder del Estado, de éste Estado, tiene la posibilidad, para bien de los ciudadanos comunes, el de cuestionar la legitimidad de esas palabras.

El debate es lo que enriquece las posturas diversas, las miradas distintas. Que interesante sería no pensar en un artista en la plaza, sino en varios creando desde diferentes puntos un mismo espacio. Que interesante sería continuar analizando lo ocurrido, no cerrar en una única postura, sino por el contrario abrirla, y como incentivo que ésto quede sin punto final

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