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27 May 2023 🔥 tendencia

Miguel Martín en una profunda entrevista y el recuerdo de un docente monterizo

En una charla con Diario Clarín, el humorista contó detalles de su pasado. La nota, firmada por el periodista Juan Abraham, recorre la vida del popular humorista tucumano desde su nacimiento.

En el año 2022, Miguel Martín ganó en 3 categorías de los Premios

[En el año 2022, Miguel Martín ganó en 3 categorías de los Premios "Carlos de la Gente 2022".]

Es 11 de diciembre de 1978. Mamá María está en la guardia del hospital público de Famaillá, una localidad tucumana que en los setenta sólo tiene algo más de 12 mil habitantes. "Se complicó", le avisa un médico y la preocupa. Lo que se complicó es el embarazo. Hay que viajar de urgencia a la capital de la provincia.

Ahora mamá María está la guardia de la maternidad de San Miguel de Tucumán. Está lleno de gente y ella está muy apurada: su hijo tiene enredado el cordón umbilical en el cuello y temen que pueda morir ahorcado. Hay que hacer una cesárea.

Los preparativos y el procedimiento salen muy bien. Ahora sólo falta saber el sexo. En estas épocas, las ecografías no son moneda corriente y mamá María recién se enterará del sexo de su hijo cuando se lo confirme la partera. "Miguel Antonio", grita entonces ella y todo es alegría.

"Menos mal que existían las cesáreas porque si no estábamos al horno", sostiene ahora, 44 años después de aquel momento, Miguel Antonio Martín, más conocido como El oficial Gordillo, sentado en el camarín del teatro Apolo.

El niño se convirtió en estrella y está a tan sólo media hora de hacer reír a una sala repleta de fanáticos con su show humorístico Amigo de lo ajeno, con el que se presenta los fines de semana.

"Mi vieja dice que en la muñeca llevaba un papelito, porque al ser tan concurrida la maternidad, donde nacen todos los bebés de la capital de Tucumán y todos los que tienen complicaciones y los traen del interior, venía con un papelito, un piolín y un cartoncito, que decía ’cesárea, Miguel Antonio - Patricia del Valle’. Entonces, la enfermera te levantaba, te veía los genitales y decía ’Miguel Antonio’. Si hubiese sido mujer hubiese sido ’Patricia del Valle’", recuerda.

-¿Qué te cuenta tu mamá de ese momento?

-Ella era la 22 o la 23, y la trataban como número. "Veintidós", gritaban. Yo venía en un carrito donde estaban todos los bebés que habían nacido y los iban repartiendo a sus madres. Mi vieja siempre me dice ’ahí me parece que te han cambiado’. Siempre hace ese chiste mi vieja. Ella dice que la pasó bastante mal porque estaba muy débil. Pero esa es la cuestión, meterle humor al mal momento y el mal momento quizá se convierta en una anécdota divertida. Eso lo aprendí desde chico. Cuando cuento los monólogos sobre la pobreza no la romantizo sino que es más una cuestión de "tengo los ojos verdes de tanto tomar mate cocido". Por ahí decís algo grave en el fondo, porque hay que comer otros alimentos y eso no es sano, pero con humor.

En sus shows, Gordillo cuenta anécdotas desopilantes, pero también relata épocas de pobreza. Saber si todo lo que dice es cierto es una gran incógnita que en esta conversación con Clarín dejará de serlo.

"Las historias que cuento, algunas son 100% real, pero con sal y pimienta, con algo de bijouterie, porque en el medio hay un vuelo poético que serían los chistes insertados. Sin embargo, la gran mayoría si no tiene un 80% tiene un 100% de veracidad. Y hay otras que son un chiste que hago en primera persona. Por ahí las historias no tienen remate y son lo que está en el medio, lo que te ha pasado en realidad", explica.

Y agrega: "Lo de mi vieja también es cierto, lo de la voz de Batman cuando íbamos a la casa de mi tía Pocha, que me decía (pone voz gruesa, como la de Batman) ’no me hagas pasar vergüenza porque sos un mocoso delicado que no come nada’. Mi tía hacía un soufflé de verdura asqueroso".

-¿Existe la tía Pocha?

-En realidad no se llama Pocha, tiene otro nombre. No tiene un nombre que quede lindo en la artística. Pero Pocha... ¡Todos tenemos una tía que se llama Pocha! Mi verdadera tía tiene otro nombre, pero a mis personajes trato de ponerles Pocha, Cacho, Tito, nombres más teatrales.

-Hablemos de tu infancia, ¿cómo era tu casa?

-Quedaba en la calle Laprida y era muy fea. Horrible. Teníamos un frente que me avergonzaba decir que vivía ahí. Por dentro era una casa normal. Teníamos el jardín adelante, pero no tenía rejas. Tenía una tapia desmoronada. La de Villa Fiorito del Diego al lado de eso era una mansión. De adolescente me daba vergüenza. Si alguien me quería acompañar hasta mi casa me daba vergüenza. Los vagos no, pero si le estaba presumiendo a alguna chica y me preguntaba dónde vivía yo le decía "allá, no importa".

-¿Qué características tenía esa casa?

-No tenía vereda. Era contrapiso nada más. La vereda la tenía que poner el propietario. Venían todas veredas, veredas, veredas y en mi casa bajaba y era contrapiso. Encima yo tenía dos vecinos ricos. Uno tenía un miniservice y el otro una zapatería. Entonces era como que ellos tenían una especie de porcelanato y nosotros nada.

-¿Y adentro cómo era?

-Una cocina comedor, dos habitaciones y un baño. Ah, y un lavadero y nada más. Éramos cinco. Yo tengo dos hermanos, Ruben y Edgardo. Y mis viejos, desde que tengo uso de razón, no durmieron en la misma habitación. Porque vos decís "en una duerme el matrimonio y en la otra los tres hermanos". ¡No! Ellos, para salvar la relación, dormían en habitaciones separadas. Yo a veces lo tiro en mi pareja, pero no tengo quórum.

-¿Vos con quién dormías?

-Yo dormía con mi vieja y mi hermano mayor con mi viejo. Había una cama grande y una cama chica. La tele y la luz se apagaban a la hora que ella decía.

-¿No te llamaba la atención que tus papás durmieran separados?

-Sí, pero cuando preguntábamos nos decía mi vieja: "Tu viejo ronca, prende la radio a las 5 de la mañana, fuma, tose...".

-¿Y tu papá qué decía?

-"No me gusta que me rompan los huevos". Creo que salvaron la relación así, estuvieron casi 40 años juntos porque hicieron eso.

La historia del Oficial Gordillo: su infancia, por qué su casa le generaba  vergüenza y el consejo de su psicóloga que le cambió la vida

Gordillo parodia a un policía, pero se luce con sus chistes. Foto: Martín Bonetto - Clarín

El primer recuerdo de su vida, las frustraciones y el profesor "malo" que le cambió la vida
La vida de Miguel Martín es un constante devenir. En su relato, los malos momentos siempre se convierten en grandes anécdotas, aunque no de inmediato. El jardín de infantes, por ejemplo, fue uno de sus primeros traumas que hoy, a la distancia, el humorista ve como la piedra inicial de su identidad histriónica.

"El primer recuerdo que tengo de mi vida es artístico", responde cuando se le consulta por su infancia en Tucumán. Y suma: "Yo iba al jardín de infantes... en realidad yo iba a ir al jardín de 4, pero no quería porque era el típico que lloraba en la puerta y dejé de ir".

El jardín se llamaba Gurrumín y quedaba sobre la calle Azcuénaga, a tan sólo media cuadra de esa casa "horrible" por la que años después, en su adolescencia, Miguel sentiría vergüenza.

"Mi vieja me quería mandar y yo no quería ir, no había forma de dejarme. Entonces mi mamá me amenazó. Me dijo: ’El año que viene vas a ir sí o sí porque es obligatorio’", rememora, entre risas.

Y agrega: "Me temblaba la carretilla cuando se fue mi mamá el primer día, a los 5 años. Pero ese año la pasé un poco mejor. Tengo mis primeros recuerdos, si se quiere, de actuación. Cantaba una canción que decía ’Cuando fui a California un vaquero me encontré, como no tenía nombre Goyeneche le puse’. En la última parte de esa canción, decía ’cuando sacan las pistolas hacen pim pam pum, cuando besan a las chicas hacen mua mua mua, y las chicas te responden con un plaf plaf plaf’. Y las cachetadas, en vez de tirarlas al aire como todos los chicos, me las pegaba a mí mismo".

-¿Y qué decían las maestras?

-Yo veía que eso les generaba risas a mis compañeritos. Y ya me ponía como loco, me paraba arriba de la silla o me chocaba contra la pared y eso les hacía gracia. A la maestra medio como que le rompía las pelotas y le decía a mi mamá ’su hijo hace esto y esto’. Y mi mamá me decía gritando ’jugá bien, jugá bien’. Esos son los primeros recuerdos.

-¿De qué más te acordás de esas épocas?

-Me acuerdo de eso y también de haber hecho de hormiguita en un acto del jardín de infantes. No me puedo olvidar de eso. Quizá me olvido de otras cosas, pero de eso no. Y bueno, después me tocaron frustraciones en la primaria respecto a la actuación. De muy chico yo ya veía que me gustaba mucho.

-¿Qué frustraciones?

-La frustración de no poder hacer Pinocho. Había una fonomímica de Pinocho, que ponían la música y todos los chicos que sus madres eran más presentes y pagaban la cooperadora, actuaban. Yo le decía a mi mamá: "Paguemos la cooperadora". Y ella me decía: "No, vos vas a una escuela pública, no voy a pagar nada". Era re poco cooperadora mi mamá. Entonces eso me generó una gran frustración. Yo veía a un amigo mío que a regañadientes tenía que actuar y yo le decía "sos el viejo cirujano que llamaron con urgencia, es buenísimo". "No, no me gusta a mí actuar", me contestaba él. La vida misma.

-La cuestión económica empezó a jugar en aquel momento. Es decir, comenzaste a notar una diferencia, ¿no?

-Sí, ya notaba que el dinero no hacía la felicidad pero facilitaba un montón de cosas, por ejemplo que tu hijo actuara en el colegio. Había una madre que tenía una distribuidora de golosinas y traía. No para todos pero sí para la maestra. Manzanitas le traía el vaguito este que hacía de Pinocho a la maestra, y era mal alumno.

-¿Fuera del colegio qué te gustaba hacer?

-En el pueblo era más de jugar al fútbol o jugar con los muñequitos de la época: Rambo, Thundercats, los Halcones Galácticos. Obviamente yo no los tenía. Tenía un compañero que era el potentado, que su papá trabajaba en una productora de televisión en Tucumán y tenía todo. Jugábamos con él. Nos juntábamos con él para poder jugar (se ríe).

-¿Eras un chico tímido o suelto?

-Ni tan suelto ni tan tímido. De más chico era como más suelto y de más grande, a los 10 años, era un poco más tímido. Me retraía un poco. Me acuerdo que cuando participé por fin de una obra de teatro en la escuela me dio pánico escénico, me olvidé la letra. Y ahí la maestra me dijo: "Martín, usted está para otra cosa, no se exponga haciendo esto, no es necesario".

-¿Qué obra era?

-Se llamaba El viento en el Aconquija. En realidad era una lectura de un libro. El Aconquija es un cerro tucumano y yo hacía del presentador. La maestra había hecho una obra de teatro a partir de este libro de lectura que teníamos. Había hecho eso y una obra de teatro. La cagué y la maestra me tiró eso. Así que me peleé con el teatro desde los 10 hasta los 15. No participé más en nada.

-¿Cuándo cambió eso?

-A los 15, el profesor de Lengua, Alfredo Moreira me hizo pasar a decir una poesía. Fue él quien me hizo enamorarme nuevamente del teatro. Don Alfredo Moreira, que gran profesor. Exigente, había que saberlo llevar, estudiar y andabas bien con él.
Así que imaginate, para un adolescente decir una poesía. Era difícil. Yo era de Famaillá, pero mi vieja me mandaba a Monteros a la secundaria. Era una escuela que hasta hacía poco había sido de mujeres. Entonces éramos 36 mujeres y 6 varones, nada más, en el curso. Obviamente las chicas siempre eran más desinhibidas. Pasaban, decían la lección perfecta y después teníamos que pasar los varones. Te miraban 36 mujeres, imaginate...

-¿Por qué te acordás de ese momento?

-La poesía decía "¿Qué me diste Moriana en este vino que pierdo todo el sentido?". El profesor me dijo "Martín, es horrible lo que usted hace". Imaginate, todo tímido. Él me empezó a gritar y me dijo "ponele onda". Y yo lo empecé a imitar. Estaba caliente y el enojo me hizo imitarlo porque me estaba presionando y exponiendo adelante de todos.

-Te estaba pasando otra vez lo mismo.

-Exactamente. Entonces lo empecé a imitar a él y todo el curso estalló en una risa. Yo estaba caliente y cuando estallaron todos de risa el profesor me dijo: "Excelente, así, así". A partir de ese momento me empezó a tener como caballito de batalla. Había que leer algo y me decía: "Pase, Martín". Yo lo imitaba a él, lo estaba gastando en realidad. Hasta que me puso en una obra de teatro, en un musical en el que no decíamos texto. Solamente teníamos que actuar. Era un museo de la música en el que yo era el que limpiaba las estatuas. Cuando les pasaba el plumero, se activaban las estatuas. Tuvo mucho éxito en la escuela normal de Montero y ahí hicimos como una gira.

-¿A ese profesor le debés tu presente?

-El profesor, que sólo lo tuve en tercer año, decía que nadie se merecía una nota diez porque eso era perfección y nadie es perfecto. Y decía que ningún varón podía tener más de ocho porque las mujeres eran mejores en su materia. Pero cuando terminó el año me dijo "sos el único varón al que le puse 9 en toda la historia de mi carrera". Así que bueno, fue un orgullo. Todos le teníamos miedo, era muy exigente. Pero ahí empezó todo. Me di cuenta de que el actuar y subirme arriba de un escenario me abría muchas puertas con todo. En las materias, pero también para cotejar a alguna jovenzuela. A ellas les tiraba un chiste. "Hacela reír hasta que se olvide de que sos feo", esa es mi gran frase de cabecera. Inclusive hoy que estoy casado con Soraya, ella es muy bonita y es la ley del embudo: "La más linda con el más boludo". O la del preso flaco, que le queda grande la esposa.

-¿Estudiaste actuación?

-No, sólo hice talleres, cursos cortos en Tucumán. En el verano se moría todo. Pero la municipalidad daba cursos gratuitos y ahí me mandaba. En el pueblo también había un profesor que daba teatro. Había 65 inscriptos y fuimos cinco. Así que esos cinco hacíamos comedia, clásicos como La fiaca. Y los viernes a la noche nos presentábamos en un teatro que había ahí en Famaillá, era gratuita la entrada y estaba lleno, todo el pueblo te iba a ver.

"Cuando llegué a quinto año mi viejo me preguntó qué iba a hacer. Le dije que me gustaba el teatro y me dijo ’eso no, te vas a cagar hambre, es de sucio y hippie’. Me tiró abajo y me dijo ’estudiá una carrera corta, no te quiero bancar mucho, no me da la nafta’. Entonces estudié ingeniería en sistemas tres años, un terciario. De día lo ayudaba a él en el negocio, que tenía una sodería, y a la noche iba a estudiar", recuerda sobre sus primeros años de adultez.

-¿Y te fue bien?

-Me recibí y conseguí laburo en una casa de computación de Tucumán (N de R: Mobilar). Pero el último año ya cobraba sueldo estudiando porque era profesor de computación. Ese sueldo era el equivalente a la cuota. No es que veía plata.

-¿Y cuándo ganaste dinero de verdad?

-A los 20 años tuve mi primera plata e hice alta joda. Era bastante plata porque era una empresa nueva que llegaba a Tucumán. Se llamaba Compu Expert. Ahí lo conocí a Sebastián, que es el manager mío ahora, él trabajaba en la parte de electrodomésticos. Yo era muy salidor y poco volvedor. Ganaba dos mil y el alquiler me salía 200. Me sentía un rey. Pero en 2001, boooom. Todo para el orto. Pasé de un departamento a compartir habitación en una pensión.

-¿A tu esposa como la conociste?

-La Soraya tenía a su abuela y a su mamá que eran de Famaillá. A dos o tres cuadras de mi casa vivía su abuela y ella venía todos los domingos. La conozco desde que tengo más o menos 15 años. Y como en el pueblo nos conocíamos todos, ella era la forastera. Pero no me daba cinco de bola.

La historia del Oficial Gordillo: su infancia, por qué su casa le generaba  vergüenza y el consejo de su psicóloga que le cambió la vida

Miguel y su esposa, Soraya. Foto: Instagram

-¿Y cuándo empezaron a salir?

-A los 18, ella iba al boliche del pueblo. Y la prima le decía "no bailes con nadie que no sea Miguel". Yo veía rebotar a todos y la sacaba a bailar y me decía que sí. Me sentía especial pero era porque la prima le decía que yo era el menos peligroso de todos. Ahí empezó todo.

-¿O sea que ya llevan casi treinta años juntos?

-¡No! Ella se puso a estudiar arquitectura y yo a trabajar y le perdí el rastro. La encontraba cada tanto en San Miguel de Tucumán. Yo me vine a trabajar a Buenos Aires y al tiempo volví a la provincia. Tenía 29 y ella 27, estábamos los dos sin pareja, entonces le tiré un Messenger. En realidad le pedí a una amiga si me podía pasar el teléfono y me dijo "el teléfono no, te paso el Messenger". Entonces empecé a meterle chamuyo por chat recordando viejos tiempos y así fue que empezamos a salir. A los 30 ya nos casamos y a los 31 tuve a mi primer hijo.

-Esa etapa justo coincide con tu explosión como humorista, ¿no?

-Sí, volví a mi provincia y empecé a trabajar en un programa que se llamaba República de Tucumán. Por separado empecé a subir videos del Oficial Gordillo a YouTube y en Córdoba fue la mayor repercusión cuando Cadena 3 empezó a pasar los audios de mis chistes. Entonces fui allá (por Córdoba) y empecé con las temporadas.

-¿En qué momento te diste cuenta de que te iba a ir bien con eso?

-Fue antes, en Tucumán. Yo participaba en un café concert los sábados a la noche y era partenaire de otro tipo. Pero este tipo se fue de vacaciones y me dejó el lugar para que yo haga enero y febrero. Había 50 lugares y rápidamente estaban todas las reservas tomadas. Me empezó a ir bien. El tipo volvió y se peleó con el dueño del bar y seguí yo durante todo el año. Laburaba de lunes a viernes y los viernes y sábado hacía eso en ese bar. Ahí sentí yo por primera vez que me iba bien.

-¿Y en qué momento empezaste a sentirte famoso?

-La fama fue paulatina. Con un amigo salíamos a la calle para ver cuántas personas nos reconocían en Tucumán. Pero me sorprendió mucho sentarme acá en Buenos Aires y que viniera el mozo y me preguntara si era Gordillo.

-¿Y la plata te cambió en algo?

-Yo sentía que si hacía muchas fiestas ganaba más dinero. Una vez llegué a hacer cinco fiestas en un día, empezaba a las cinco de la tarde. Pero llegó un momento en el que empecé a sufrir dolores, tener lumbalgia, hernia de disco... los médicos me dijeron que era estrés. Entonces empecé a subir el precio y laburar menos. También empecé a hacer terapia por el tema del estrés.

La historia del Oficial Gordillo: su infancia, por qué su casa le generaba  vergüenza y el consejo de su psicóloga que le cambió la vida

-¿Qué aprendiste ahí?

-La psicóloga siempre me decía que mi herramienta de laburo número uno era mi cuerpo, que iba a ganar mucha plata pero la iba a perder en remedios. Ahí tomé la decisión de no laburar mucho. Por eso laburo tres días nada más. Todo el mundo me dice: "¿Boludo, qué hacés? ¿Cómo sólo tres días?". Antes le metía de martes a domingo, pero ahora no. Y creo que eso hace que se llenen todas las funciones. Estoy tres días, pero lo hago por salud. Estoy mucho más controlado y así me aseguro que esto dure lo que tenga que durar.

-La última, ¿te generó culpa ganar buena plata laburando sólo tres días?

-Mi señora una vez me dijo, porque nosotros por ahí vamos de vacaciones o al teatro, "qué talentoso este tipo y está en un teatro con diez personas". Y después de eso, ella que es medio cruda agregó: "¿Vos te das cuenta de que no sos el más talentoso ni el más gracioso?". Hay una tocada de varita conmigo, dice ella. Y hay que ser agradecido con eso.

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